Una de las principales acciones que se promueven en la agricultura sostenible es la conservación del suelo. El uso de técnicas como la siembra directa evita la alteración excesiva del terreno, manteniendo su estructura natural y reduciendo la erosión. Además, prácticas como los cultivos de cobertura protegen el suelo de la exposición directa al sol y la lluvia, ayudando a retener la humedad y mantener los nutrientes. Esto es crucial para preservar la fertilidad del terreno y garantizar la sostenibilidad a largo plazo.
Por otro lado, el manejo eficiente del agua es otro pilar fundamental. La implementación de sistemas de riego como el goteo o la microaspersión no solo optimiza el uso de este recurso, sino que también reduce el desperdicio. Capturar y almacenar agua de lluvia en reservorios es una estrategia ampliamente utilizada en zonas donde la disponibilidad hídrica es limitada. Además, monitorear el consumo a través de tecnologías modernas permite a los productores ajustar sus prácticas para usar únicamente el agua que las plantas necesitan.
En el ámbito ganadero, las buenas prácticas incluyen el bienestar animal como eje central. Esto implica garantizar que los animales tengan acceso a agua limpia, alimento de calidad y refugio adecuado, además de un manejo sanitario riguroso. Estas medidas no solo benefician a los animales, sino que también mejoran la productividad, ya que los animales sanos y en condiciones óptimas son más eficientes en la producción de carne, leche y otros derivados.
La rotación de cultivos es otra herramienta clave en el manejo agrícola. Este sistema permite diversificar los productos que se siembran en un terreno específico, lo cual reduce la proliferación de plagas y enfermedades, y mejora la salud del suelo al evitar su sobreexplotación. A su vez, se fomenta la siembra de especies que fijan nitrógeno en el suelo, como las leguminosas, contribuyendo a una fertilización natural y reduciendo la dependencia de agroquímicos.
El uso responsable de insumos es otra pieza central de las buenas prácticas. En la agricultura moderna, los fertilizantes y pesticidas son herramientas valiosas, pero su aplicación debe realizarse bajo estrictas normas técnicas para evitar la contaminación del suelo, el agua y el aire. El manejo integrado de plagas es una estrategia que combina métodos químicos, biológicos y culturales para controlar las plagas de manera sostenible, reduciendo el impacto ambiental y los costos económicos.
En cuanto a la maquinaria agrícola, el mantenimiento adecuado y el uso eficiente de los equipos son esenciales para reducir las emisiones de gases contaminantes y optimizar el consumo de combustible. La adopción de maquinaria moderna, más eficiente y menos agresiva con el terreno, también forma parte de este compromiso con la sostenibilidad.